Ville-Marie, pequeña colonia de asentamiento que llegaría a ser Montreal, nació del deseo de llevar la fe cristiana a los pueblos autóctonos de la Nueva Francia. Desde el 1611, los Jesuitas habían empezado su trabajo misionero en lo que es hoy Canadá; los informes que redactaron sobre su ministerio no tardaron en difundirse en Francia y a provocar unas reacciones generosas, sobre todo en sus ex-alumnos. Tales, por ejemplo, Jérôme Le Royer de la Dauversière, esposo y padre de familia, que había fundado ya en La Flèche, su ciudad natal, una comunidad de religiosas hospitalarias, y Jean-Jacques Olier de Verneuil, joven sacerdote secular; los dos reunieron a un grupo de sacerdotes y de laicos, hombres y mujeres, célibes y casados, nobles, burgueses y artesanos, para formar la Sociedad de Nuestra Señora de Montreal, Estas personas estimaban que si sus antepasados habían recibido la fe cristiana de misioneros que fueron hasta el norte de Europa al principio de la era cristiana, les correspondía a ellos ahora compartir esta fe con los pueblos autóctonos de América. Para llegar a eso, concibieron y financiaron el establecimiento de una colonia de asentamiento que formaría una comunidad cristiana modelo. El sitio retenido para el proyecto era la Isla de Montreal, en el confluente del San Lorenzo y del río de los Outaouais. Se reclutó a colonos y se nombró a dos responsables : Paul de Chomedey de Maisonneuve, un joven soldado, y a Jeanne Mance, tesorera de la expedición, que tenía como mandato de abrir un hospital. A pesar de las muchas dificultades, una cuarentena de personas procedieron a la fundación de Ville-Marie, a mediados de mayo del 1642.
Introducción - Una fundación única en el Nuevo Mundo
Una fundación única en el Nuevo Mundo
Transformada por la gracia
Hacia el fin de su vida, Marguerite Bourgeoys asociaba siempre a la fundación de Montreal un acontecimiento que marcó un punto giratorio en su vida. Nacida en 1620 en Troyes, la antigua capital de la provincia de Champagne, en Francia, Marguerite era la hija de un maestro artesano de candelas que tenía una tienda y un empleo en la Casa de la Moneda; su madre, ella, venía de una familia de tejedores. Como a menudo era el caso para las señoritas de su clase social, Marguerite no aprendió solamente a atender las cosas de la casa sino también a dirigir una pequeña empresa (lectura, escritura, contabilidad, planificación económica). Inteligente, tenía un temperamento alegre y atractivo. En el 1640, Marguerite conoció lo que llamaría un «toque» de la gracia, que le inspiró el deseo de entregarse a Dios. Después de haber probado en vano entrar en una comunidadreligiosa contemplativa, se unió a un grupo de jóvenes laicas, del que tomaría eventualmente la dirección; dicha asociación permitía a la Congregación enclaustrada de Notre-Dame-de-Troyes de acercarse a los pobres de la ciudad. Marguerite empieza entonces su trabajo de educadora cerca de los pobres y de los desprovistos bajo la égida de un grupo de mujeres que aplicaban los métodos de educación popular los más avanzados de la época. Pierre Fourier quien con Alix Le Clerc había fundado la Congrégation de Notre-Dame, era un innovador. En su primera parroquia, la vida en contacto con los pobres lo había convencido de que la limosna no era suficiente : era la educación que ayudaría a los desfavorecidos a mejorar su suerte y a vivir en la dignidad. Se propuso inventar una pedagogía para eso. Louise de Chomedey, la religiosa de la Congregación que dirigía el grupo donde trabajaba Marguerite en estos años, era la hermana de Paul de Chomedey de Maisonneuve, es por medio de ella que en el 1653, Marguerite fue invitada a abrir una escuela en Montreal.
Una Iglesia misionera
El siglo XVII vio el desarrollo de lo que llamamos la Escuela Francesa de Espiritualidad, rama de un gran movimiento de fervor asociado a la Reforma Católica. Esta corriente espiritual está centrada sobre la persona de Jesús Cristo cuya vida y misión se continúan en los cristianos por la presencia del Espíritu Santo. En esta espiritualidad, la gran fiesta es Pentecostés que celebra el nacimiento de la Iglesia bajo la acción del Espíritu de Cristo resucitado. La dimensión misionera de la vocación cristiana transparentaría claramente en los objetivos oficiales de la Sociedad de Notre-Dame de Montreal como en los Escritos de Marguerite Bourgeoys. La Iglesia francesa de la época daba a la educación una gran importancia en la actividad misionera, que se trate de la educación y de la formación de los sacerdotes o de la educación por la palabra y por el ejemplo de las personas menos favorecidas de la sociedad. El deseo de trabajar con los más desprovistos dio a unas mujeres fervientes un profundo deseo de formar unas comunidades de religiosas que no serían enclaustradas y podrían vivir en medio de las personas que aspiraban servir. Una de las figuras más importantes de la Escuela Francesa de Espiritualidad, Jean-Jacques Olier, fue uno de los fundadores de la Societé de Notre-Dame (Sociedad de Nuestra Señora) de Montreal pero también de una sociedad de sacerdotes conocidos con el nombre de Sacerdotes de Saint-Sulpice. Este grupo asumirá eventualmente la responsabilidad del proyecto de Montreal y el apoyo que dará a la obra de Marguerite Bourgeoys, favorecerá grandemente su crecimiento y su sobrevivencia.