La promesa de paz que inauguró el siglo XVIII no dura. En 1702, la guerra de la Sucesión de España una vez más pone la Nueva Francia en un conflicto : la suerte del continente depende de las ambiciones dinásticas y imperiales europeas. Las cláusulas del tratado de Utrecht, que pone fin a la guerra de 1713-1714, tendrán graves consecuencias para el futuro de los establecimientos franceses en las riberas del San Lorenzo : Francia cede a Inglaterra la Acadia, Terre-Neuve y los puestos de tráfico del Norte que la Compañía de la Baie d’Hudson codicia. Estas pérdidas van a dañar las comunicaciones con la madre patria y el crecimiento del comercio de peletería.
Siguen unos treinta años de paz relativa. Aunque el tráfico de peletería queda la principal fuente de riqueza de la colonia, el intendente Gilles Hocquart favorece el desarrollo de los astilleros, la industria de la madera y de la pesca así que la fabricación en el lugar de los bienes necesarios a la colonia. Durante este período, la población crece rápidamente, pasando de menos de 19 000 habitantes a más de 50 000 en 1744. Desgraciadamente para la Nueva Francia, este crecimiento hace triste cara en comparación con el de las colonias inglesas, cuya demografía duplica cada veinticinco años, la población de New York sobrepasa a sí sola la de la Nueva Francia. Esta población en expansión tiene una urgente necesidad de espacio nuevo y se siente estorbada por las reivindicaciones territoriales de Francia en el Nuevo Mundo. Las peleterías provocan más y más conflictos en medio del continente (lo que llamamos hoy el Midwest americano).
Al final de los años 1740, el país se hunde más y más profundamente en las hostilidades que condujeron a la guerra de Siete Años. Como sus familias, alumnos y lo demás contemporáneos, les hermanas de la Congregación sufren una guerra que va a cambiar el destino de América del Norte. Como ellos y con ellos, ellas deben ahora hacerle frente a las incertidumbres y las adaptaciones que impone la vida bajo un nuevo régimen.