En la primera mitad del Siglo XX, se vivieron algunos de los peores desastres que el mundo haya conocido: dos guerras mundiales y, entre ambas, una depresión económica que ocasionó millones de pobres. Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, se inventan las armas de destrucción masiva, lo que agrava las tensiones de la guerra fría entre Occidente y el bloque comunista. Sin embargo, algo bueno debía nacer de semejante angustia. La Primera Guerra Mundial, tuvo como consecuencia particular para Canadá, su cambio de status de colonia por el de miembro adulto e independiente de la Commonwealth británica. Luego de la guerra, las mujeres logran, poco a poco, el reconocimiento de su derecho a votar en las elecciones legislativas, aunque esta reforma no se aplicará en Quebec hasta 1940. Durante los dos conflictos mundiales, un gran número de las mujeres ingresaron al mercado de trabajo, al tiempo que también se les facilitó el acceso a los estudios superiores y a la vida pública.
Durante el período de prosperidad que sigue a la Segunda Guerra Mundial, Canadá conoció un nuevo incremento de su población con el arribo de inmigrantes de Gran Bretaña y de otros países europeos, por ejemplo, Italia. Como en el resto de Occidente, la población también se acrecentó por el número de hijos nacidos dentro de las familias ya establecidas aquí: ellos conformarían la llamada generación Baby Boom.
Este período de esperanza, de optimismo y de crecientes expectativas en el mundo occidental, desembocó en una corriente de agitación dentro de los campus universitarios y en la provincia de Quebec, donde fue el origen de la denominada Revolución tranquila. Dentro de la Iglesia Católica, dio lugar a la convocatoria del Papa Juan XXIII al Segundo Concilio Vaticano.