Cuando Marguerite Bourgeoys llega a Quebec, en septiembre de 1653, ella forma parte de un grupo llamado «la gran contratación» son los «colonos que salvaron a Montreal». Varios de los fundadores de 1642 habían salido o muerto. Se estima a 700 personas en aquel año, la populación francesa de la Nueva Francia. Los habitantes viven en las orillas del río San Lorenzo : en Québec, fundada en 1608, en Trois-Rivières, establecida en 1634 y en Ville-Marie (Montreal). A pesar de que algunas tribus autóctonas, los Algonquins y los Abénaquis, se habían unidos a los franceses, a menudo ellos estaban en guerra contra otras tribus, sobre todo las naciones de la poderosa confederación iroquesa. Acompañada de los otros miembros de «la gran contratación», Marguerite Bourgeoys llega a Ville-Marie a mediados de noviembre después de haber permanecido en Quebec para cuidar de los hombres que se enfermaron durante la travesía. Los nuevos colonos que Marguerite acompaña duplican la población de Montreal, cuya existencia se volvió a discutir seriamente a causa de su ubicación peligrosa y de la disminución de sus efectivos. Como la mayor parte de los habitantes de Montreal en aquellos años peligrosos, Marguerite va a residir en el fuerte.
1653-1699 - «Los colonos que salvaron a Montreal»
Un mundo precario
Para el bien de las familias
Marguerite Bourgeoys entiende pronto que el trabajo de educación empieza en el hogar. Desde su primer viaje a Canadá, se le confía a una joven mujer que se va a Montreal con la esperanza de casarse y de fundar una familia. A su llegada, como hay muy pocos niños para abrir una escuela, Marguerite va de casa en casa a encontrar a las mujeres ya establecidas en la pequeña colonia, para enseñarles a leer y a escribir. El apoyo y la educación de las mujeres serán un elemento esencial del trabajo de Marguerite y de las compañeras que se unirán a ella para formar la Congrégation de Notre-Dame de Montreal. Es real sobre todo para las jóvenes mujeres conocidas con el nombre de las «hijas del rey» (o protegidas del rey) reclutadas por el gobierno royal entre 1653 y 1673 para emigrar en Nueva Francia, casarse y fundar unas familias. Marguerite va a recibirlas en la ribera, gana su amistad y las acoge hasta que encuentren a un buen marido. Con las miembros de su Congregación, ella enseña a estas mujeres valientes y llenas de esperanza, y que son ciudadanas en su mayoría, las técnicas que necesitarán para sobrevivir y prosperar en su nuevo medio ambiente. En todo lugar donde va la Congregación para enseñar a los niños, las hermanas hacen de tal manera que las mujeres del lugar se reúnan el domingo para recibir una enseñanza religiosa informal, sostenerse y animarse mutuamente.
Una Congregación sin fronteras
Partiendo sola hacia Canadá en 1653, Marguerite parece renunciar a su sueño de formar una comunidad de mujeres que caminarían en los pasos de María, la madre de Jesús, y de las demás mujeres discípulas de la Iglesia primitiva. Pero su director espiritual le dice que lo que Dios no quiso en Troyes podría muy bien realizarse en Montreal. Y el futuro le da la razón. En 1658-1659, Marguerite emprende el duro viaje hacia su país natal. Regresa con cuatro compañeras que se comprometen a vivir con ella en comunidad y a enseñar a los niños de los colonos y de los autóctonos. Las autoridades civiles y religiosas en seguida apreciaron la utilidad de este pequeño grupo de mujeres que no son enclaustradas para ir mejor «en todo lugar donde la necesidad o la caridad necesitaban socorro» y ofrecer la hospitalidad a las personas en necesidad. En 1667, durante una visita en Montreal del gobernador y del intendente, una asamblea de colonos vota a la unanimidad su apoyo a la petición de cartas patentes para la Congregación. Dos años más tarde, en 1669, Monseñor de Laval autoriza a las miembros de la Congregación a enseñar en todas partes de su diócesis cuyo territorio comprende toda la Nueva Francia. En 1670, Marguerite vuelve a Francia; regresa en 1672 no solamente con nuevas recluidas para su Congregación pero también con las cartas patentes llevando la firma de Louis XIV. Al final de los años 1670 las primeras norteamericanas, de ascendencia autóctona o francés, empiezan a entrar en la Congregación. La guerra que toca toda la colonia en el último decenio del siglo atraerá a la Congregación a unas mujeres de ascendencia inglesa : traídas en captividad en Montreal, ellas deciden de permanecer allí. Monseñor de Laval acuerda su primera autorización canónica a la Congregación en 1676 y en 1698, al término de una lucha tremenda para preservar el estatuto no enclaustrado del instituto, la regla de la Congregación recibe la probación canónica y sus miembros hacen profesión públicamente por primera vez.
Listas para ir a todos los lugares de este país donde se les envíe
El 30 de abril 1658, Marguerite Bourgeoys abre la primera escuela de Montreal, la primera escuela pública (gratuita), para niñas y varones en Canadá. Esta escuela está ubicada en un ex-establo de piedras y los niños mismos colaboraron a acondicionarla. Porque no son enclaustradas y que tienen la autorización del obispo, Marguerite y sus compañeras luego trabajan más allá de Montreal. En cuanto otras mujeres se unen a ellas para formar el núcleo de la Congrégation de Notre-Dame, el grupo emprende lo que se llama unas «misiones ambulantes» : solas o de dos en dos, van en los pequeños establecimientos a lo largo del río San Lorenzo y pasan muchas semanas para enseñar y preparar a los jóvenes a la primera comunión, un rito que marca entonces la entrada en la vida adulta. Con los años y el aumento del número de sus miembros, la Congregación abre unas escuelas permanentes en Champlain, Pointe-aux-Trembles de Montreal, Lachine, Île d’Orléans, Quebec y Château-Richer. Es posible aun que una hermana haya ido hasta Port-Royal, lo que hoy es la Nueva Escocia. Otras trabajan con los autóctonos, en la misión de la Montaña en Montreal y en Sault Saint-Louis. Además de enseñar a los niños y de acoger y preparar a las «hijas del rey» (o protegidas del rey) a las exigencias de su nueva existencia, las hermanas de la Congregación abren una escuela profesional para enseñar a las mujeres pobres como ganarse la vida. Bajo la dirección de Marguerite Bourgeoys y gracias a la competencia y al trabajo de las hermanas, la Congregación logra asegurar sus propias necesidades; puede entonces ofrecer sus servicios gratuitamente, atrayéndose así el favor de las autoridades de la colonia.
Educar para la vida
Marguerite Bourgeoys sabe que está comprometida en la construcción de una nueva sociedad. Como Pierre Fourier, el gran educador cuyas ideas le eran familiares, ella juzga la educación extremadamente importante para el porvenir de la sociedad. El primer objetivo pedagógico de Marguerite Bourgeoys y de la Congregación consiste en transmitir la fe y los valores cristianos. Para Marguerite, aquellos se resumen al mandamiento que prescribe de amar a Dios de todo su corazón, de todo su espíritu y de toda su alma, de amar a su prójimo como a si mismo y de actuar de manera que el prójimo encuentre fácil de amar a su vez. En la escuela, los niños aprenden las bases de la fe, las oraciones y los deberes cristianos. Pero, siempre como Fourier, Marguerite ve bien la importancia de transmitir a sus alumnos los conocimientos y las técnicas que les permitirán ganar su vida y de aportar una fecunda contribución a la sociedad. Exige ella de las hermanas de su Congregación que sean «conocedoras y hábiles en todas clases de trabajos». Además del catecismo, ellas enseñan la lectura, la escritura, la aritmética y las artes domésticas útiles para cuidar una casa de pionero y educar niños. Estos saberes cuentan mucho en un mundo donde la mayoría de los productos manufacturados están importados de Francia a gran precio, de manera que los colonos deben subvenir a sus necesidades en cuanto sea posible. Las mujeres deben saber cocinar y preparar las conservas, coser, zurcir, costurar vestidos, hacer artesanía, cuidar de los animales, llevar las cuentas y planificar para el futuro. Los comentadores subrayan que las hermanas de la Congregación enseñaban también la elegancia y las buenas maneras.