A mediados y finales de la década de los años 60, se vive un período de gran turbulencia: La generación nacida inmediatamente después de la Segunda Guerra, llegaba a la edad adulta y las mujeres asumían dentro de la sociedad un rol público cada vez más importante. Esos años, dieron nacimiento a grandes esperanzas en la Congregación, en Montreal, y en el mundo. El Segundo Concilio Vaticano, clausurado a fines de 1965, ofrecía a la Iglesia Católica, una promesa de renacimiento. En 1967, Canadá celebraba el 100° aniversario de la Confederación con una exposición universal sumamente exitosa atrayendo a multitudes a Montreal. En julio de 1969, el mundo entero vio, estupefacto y maravillado, al hombre posarse y caminar sobre la luna. Sin embargo, los viejos problemas persistían mientras que otros, nuevos, se asomaban en el horizonte.
La revolución industrial había provocado profundos cambios dentro de la sociedad occidental del Siglo XIX. La revolución tecnológica de la segunda mitad del Siglo XX, provoca cambios aún más veloces y de mayor importancia. La facilidad y rapidez de los viajes, la aparición de los medios de comunicación, cada vez más eficaces, refinados y veloces, darán lugar al nacimiento de la « globalización ». La Guerra fría entre el Oeste y lo que aún era el bloque comunista, llega a su fin pero surgirán nuevas zonas de conflicto y nuevos temores, particularmente vinculados a los cambios climáticos y al terrorismo. En Canadá, perduraban las tensiones entre los pueblos fundadores mientras que en Quebec, nace un movimiento separatista en el que la secularización – presente en diversas zonas del mundo occidental – progresa muy rápidamente. Al mismo tiempo, la inmigración llegada de diferentes lugares del mundo, transforma a la sociedad canadiense y quebequense, más diversificadas que nunca en el plano ético y religioso. La llegada de un nuevo siglo, de un nuevo milenio, ofrecería tal vez posibilidades inauditas pero plantearía ciertamente, desafíos sin precedentes.